Pensar las pasiones, ésa es la fuerza de “Sucio y desprolijo: el heavy metal en Argentina”. Contrario al trabajo del sociólogo Claudio E. Benzecry [“El fanático de la ópera: etnografía de una obsesión”; Siglo XXI; 2012] este documental de Paula Álvarez y Lucas Lot Calabró no se resiste a historizar al amor sino que se hunde en ello.

Presenta el afecto al metal pesado, la génesis de ese fanatismo pergeñado en aulas de secundario, como un producto histórico cultural, social, con precisas determinaciones de clase. No se avergüenza del azote de la pasión: la expone. El campo popular siente orgullo cuando el fluir de la pasión lo arrebata como una naturaleza capaz de demolerlo todo salvo al tiempo.

Un realismo de líricas que se traduce en identificación y pertenencia obrera. Iorio se siente feliz en la CGT. El documental me pone la piel de gallina. La nostalgia tiene lugar, como también lo porvenir de la escena. Me veo etiquetando los TDK, comprando la Madhouse, buscando información en Parque Rivadavia, pateando el Cemento a las cinco de la mañana, un recreo con los auriculares escuchando lo último de Megadeth, la cerveza con los primos, otra madrugada con la oreja pegada a las editoriales del maestro, del Ruso Verea. La suciedad y la desprolijidad construye su propio honor; ése honor guerrero de quien le pone el pecho al destino, ayer deseo y hoy realidad: sé vos. Es el mensaje.

No se trata del honor íntimo, débil, de los mesurados, de los correctos, que buscan esa tan melancólica como insoportable protección respecto de un mundo que los vulgariza. Nada de eso. Honor de combatiente; orgullo de lucha, pasión guerrera de los caudillos de negro. La pasión aquí no es por la distancia sino por el compromiso, la representación, la fusión de la masa con el artista en el furioso pentagrama de las verdades del trabajo.

El documental es preciso, tan justo como sensible. Expone las genealogías, organiza el libro de las pertenencias tribales. Discute las estúpidas dicotomías en la cuales algunas vez caímos. Una de las cuestiones centrales del documental es haber podido narrar la maduración de una experiencia colectiva alrededor de las identidades. Dejar de lado diferencias para centrarse en lo común que aglomera y fortalece: un mañana para nuestras obsesiones musicales.

El metal pesado revisó su propia violencia, desde la democracia de la derrota, hasta la actualidad trasnacional de la disponibilidad de los bienes inmateriales del capital. Hemos perdido la influencia en las villas. Conjeturo, por experiencia vivida, que el metal pesado era mucho más “de abajo” antes de la crisis del Tequila que con posterioridad. Se podría decir que su violencia marginal aminoró en la medida que se volvió “más de clase media”, y que la clase media baja necesitaba construir una narrativa que la diferencie recapitulando sus impresentables orígenes menemistas.

Los metaleros reconvertidos en universitarios curan las heridas de un déficit de capital cultural elevando al heavy metal a música clásica del futuro. Por estas mismas razones, hemos sanado al metal pesado, sin volverlo dócil, lo hemos trasmutado como familia hostil, esteparia, demasiado aristocrática para ser mayoría; demasiado rebelde para el mercado; demasiado popular para la victoria.