Crónica: Juan Manuel Guarino / Fotos: Maru Debiassi

En lo que podría catalogarse como el show nacional del año, Rata Blanca ofreció un espectáculo soberbio para celebrar sus treinta años de carrera.

Un frío impiadoso azotaba la ciudad de Buenos Aires aquella noche de jueves. Así y todo, ni el clima ni la difícil situación del país impidieron que los fans de Rata agotaran las localidades del Luna Park en lo que prometía ser una velada inolvidable, y así lo fue. Tal vez la manera más apropiada de comenzar esta crónica sea por el final, por las conclusiones a las que se abordan una vez finalizada la ceremonia. Más aún, quizás sea más conveniente comenzar con una afirmación que debería ser una obviedad: Rata Blanca es la banda más grande de la escena Metalera argentina. Punto final. Quien no quiera ver esto es por mera decisión voluntaria. Y esta afirmación cobra más fuerza hoy en día cuando los demás referentes de la escena – al menos si hablamos de los clásicos y con convocatoria similar – se encuentran transitando un camino, cuanto menos, dubitativo; con Malón estancado en una nostalgia y con un Ricardo Iorio que se encuentra abocado, tras disolver a su Almafuerte, a recrear su legado con una banda solamente para secundarlo, el predominio de la banda de Walter Giardino hoy es prácticamente inapelable. Y para que todo esto no quede sólo en palabras, simplemente bastó con estar presente en el Luna Park la noche en que Rata Blanca celebró sus treinta años. Ya que la magnificencia del show brindado por el quinteto no hizo más que materializar con hechos lo antedicho.

En primer lugar una puesta en escena deslumbrante que incluyó un atractivo juego de luces, llamaradas en el escenario y una gigantesca pantalla de fondo, la cual conjugaba sus distintas imágenes según la canción de turno, y que al promediar la segunda mitad del set la misma se dividiría en dos, de manera horizontal, para dejar entrever a la orquesta que acompañaría a la banda en el tramo final del show. Un show que, por otra parte, tuvo una duración de casi tres horas y media. Aquí se hace necesario detenerse un poco: por supuesto que un set tan extenso es el sueño de cualquier fan ya que la banda recorrió prácticamente toda su discografía pero hacer algo así un día de semana, en plena jornada laboral, puede ser algo contraproducente ya que el show finalizó cerca de la 1.00 AM y para ese momento tanto en el pulman como en las cabeceras ya se vislumbraban unos cuantos claros por la cantidad de gente que ya se había retirado del recinto. Otra cuestión que también tuvo algunos puntos flacos fue el sonido; lejos de sonar mal, sí se pudo percibir de a ratos bastante saturación en donde los teclados y la voz quedaban medios perdidos en la mezcla. De hecho, el volumen de la banda estaba tan elevado que al final se hizo difícil apreciar el acompañamiento de la orquesta, salvo en momentos de reposo como “Noche sin sueños”.

Más allá de estos detalles, en ningún momento se puso en jaque el balance final que dejó como saldo un recital memorable. Como se dijo antes, la banda no dejó ningún momento de su historia sin repasar y a los clásicos de siempre se le sumaron joyitas infrecuentes como “Jerusalén”, “Ella” o “Capricho Árabe”. Claro, también dijeron presente “Sólo Para Amarte”, “Días Duros”, “Guerrero del Arcoíris”, “Mujer Amante” (versión acústica con acompañamiento de cuerdas) “Chico Callejero”, “Aún Estás En Mis Sueños”, “Agord”, “El Círculo de Fuego” y muchas más. Hablar de la performance de los músicos a estas alturas es una redundancia. Simplemente resaltar que con un setlist tan extenso, Giardino tuvo tiempo de sobra para hacer y deshacer todo con su guitarra, y que el paso del tiempo parece no hacer mella nunca en la voz de Adrián Barilari. A quien todavía se lo nota como queriendo ganarse el lugar es a Pablo Motyczak en el bajo; si bien hace tiempo viene trabajando con Giardino en Temple, aquí se encuentra ocupando un inmenso espacio dejado por el gran Guillermo Sánchez luego de su fallecimiento el año pasado, algo que el propio Walter definió en el medio del show como “una herida que va a estar siempre”. Sin embargo, fue un show para pocas palabras y para mucha música. Es que en definitiva son las canciones las que hacen perdurar el legado de una banda. Rata Blanca las tiene; logró condensar tres décadas de trayectoria en un show fastuoso de más de tres horas y así revalidar su posición como líderes, tal cual se dijo al principio, no con palabras sino con hechos.
 
 
 
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