Crónica: Juan Manuel Guarino / Fotos: Eduardo Cesario
La leyenda brasileña volvió a presentarse en nuestro país para promocionar “Machine Messiah”, su último disco. Más allá de las diferencias con su etapa más clásica, Sepultura se las arregló para dar un gran show.
Confieso que soy de los que no tuvo la suerte de ver a Sepultura con su formación clásica en vivo. A los oriundos de Belo Horizonte siempre los ví con su actual cantante en el marco de distintos festivales o como soportes de algún acto principal. Lo cierto es que ahora que los ví en un show propio mi apreciación hacia ellos no varió demasiado; siempre sobre las tablas me dejaron la sensación de ser una banda con mucha furia pero contenida, como que no llegan a explotar del todo. Esto se ve perfectamente cristalizado en el contraste que marca Andreas Kisser (guitarra), quien no para en ningún momento de agitar y de levantar la temperatura del ambiente, con su compañero Derrik Green; un tipo que, más allá de sus limitaciones vocales no termina de despegar nunca como frontman; siempre con una visible inseguridad para dirigirse a la audiencia que no se coincide con su enorme humanidad. Aunque sea menester afirmar que con el correr de los años se fue soltando un poco (un poquito) más, la realidad es que la interacción de Green con el público es prácticamente nula, relegándole esta tarea, justamente, al propio Kisser quien hace ya mucho tiempo carga con toda la responsabilidad de ponerse el equipo al hombro además de salir a reafirmar que su mano derecha parió los riffs más demoledores engendrados en este rincón del mundo.
¿Eso significa que el show fue malísimo? No, nada que ver. Fue muy disfrutable. Pero ahí también tropezamos con otro contraste que quedó más evidenciado aún; el que resulta del bache entre el material más nuevo y los clásicos. No es que no haya nada para destacar de la era Green. De hecho, su trabajo más reciente “Machine Messiah” es más que recomendable. Pero cuando atrás de una pieza interesante como “Kayros” se le pega una demoledora “Desperate Cry”, ahí es donde caemos en la cuenta que el principal problema desde hace muchos años en Sepultura, más allá de los cambios de nombres, se trata de una cuestión de composición. Es cierto que el objetivo principal de una banda en vivo tiene que ser el de entretener y en ése sentido Sepultura cumple con creces. Pero no menos cierto es que tampoco te vuelan la cabeza. No es poca cosa para quienes fueron conocidos alguna vez como los embajadores del tercer mundo.
Yendo al setlist, y teniendo en cuenta todo lo antedicho, es más que obvio que la banda reparta (en líneas generales) la primera mitad del show para las canciones más nuevas y deje para la segunda los clásicos. Es muy positivo que hayan sonado seis canciones del disco que vinieron a presentar, mostrando así que la nueva placa no es una excusa para salir de gira y tocar las gemas de siempre, en donde se destacaron “I am the enemy”, “Phantom self” y la instrumental “Iceberg dances”. Por fortuna, más allá de alguna que otra saturación, el sonido estuvo acorde y permitió disfrutar de la velada. Pero claro, lo mejor vino de la mano de una seguidilla letal de clásicos conformada por “Biotech is Godzilla”, “Territory”, “Refuse/Resist” y “Arise” que nos condujeron de un sacudón hacia el final. Para los bises “Sepultura under my skin”, “Ratamahatta” y “Roots blody roots” terminaron de redondear una actuación positiva, contundente pero no del todo asesina. A algunos les alcanzará con eso a otros no.
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