1990 encontraba a Judas Priest como una marca registrada en la música pesada, habiendo conquistado al público metalero durante la década anterior, pero con un par de interrogantes: su baterista, Dave Holland, había anunciado su alejamiento de la banda, y su productor durante casi 10 años, Tom Allen, no estaría disponible para el nuevo trabajo. Para reemplazar a Holland fue reclutado Scott Travis, por entonces baterista de la banda Racer X, y como productor llegaría Chris Tsangarides, quien ya había trabajado con la banda, como ingeniero de sonido para el disco “Sad Wings of Destiny”, de 1976. Con un proceso de grabación, mezcla y masterización dividido entre estudios de Francia, Países Bajos y Reino Unido, Judas Priest se encaminaba a darla forma a “Pankiller”, el disco que le daba la bienvenida al heavy metal para los años 90.

Hay canciones que definen a un disco, a una banda, e incluso a un género. “Painkiller” es una de ellas. El debut de Scott Travis tras los parches de Judas Priest se traduce con una contundente ametralladora dispuesta a derrumbar de entrada cualquier duda sobre sus condiciones. A partir de la brillante labor del baterista, Rob Halford, el Dios del Metal, despliega su afilada voz de navaja asesina, sumergiéndose en el pesadísimo riff de la canción y encontrando acompañamiento en el excelso solo de Glenn Tipton, donde un fenomenal barrido le deja lugar a una de las más perfectas ejecuciones que el legendario guitarrista compuso. Halford retoma el comando de la canción con un atronador cierre para dejar en claro que Judas Priest viene dispuesto a jugar verdaderamente pesado.

El galopante machaqueo de “Hell Patrol” invita al headbanging en una demostración de buen gusto metalero, con un Halford nuevamente sublime y presentando una de las máximas características de Judas Priest: el perfecto trabajo de las guitarras en armonía, las famosas “hachas”, conformadas por la dupla Glenn Tipton/K.K. Downing, nutriendo de refinamiento musical al más pesado metal. “All Guns Blazing” inicia con Rob Halford en solitario, vociferando a capella, para luego ser acompañado por una contundente base que le sirve de soporte para desarrollar una muy buena melodía vocal, intercalándose con el virtuoso solo de Glenn Tipton.

“Leather Rebel”, a partir de un brillante riff de Tipton y, nuevamente, el descomunal aporte de Scott Travis, cimienta una muy pesada y atrapante canción, en la que Halford canta sobre los rebeldes vestidos de cuero, relampagueando en la oscuridad. La dupla de guitarristas demuestra sus habilidades en el mini solo compartido que sirve de introducción a “Metal Meltdown”, sostenida por la siempre ajustada base de Travis y el bajista Ian Hill, en una canción enriquecida por el melodioso estribillo cantado por Halford. Uno de los momentos más logrados de la placa llega con “Night Crawler”, un tema armado en base a un genial riff, que sigue la lógica de los grandes fraseos de guitarra a lo largo de la historia de la música pesada. El tema, que combina la pesadez metalera con un oscuro pasaje acústico, cuenta con uno de los mejores estribillos compuestos por la banda, logrando diversos pasajes sonoros para erosionar en su monumental y muy coreable riff principal.

Recordando al Judas Priest ochentoso, (principalmente al de “Defenders of the Faith”), “Between the Hammer and the Anvil” presenta una destacada melodía vocal y muy buenos pasajes de la dupla de guitarras, consolidándose como una gran joya oculta del disco. A continuación uno de los momentos más altos del disco, “A Touch of Evil”, la power ballad de la placa. Es especialmente notorio el trabajo del productor, Chris Tsangarides, quien, además de ocuparse de su rol, colaboró aportando el riff principal de la canción. También se hace fuerte la presencia del tecladista invitado para el disco, el experimentado Don Airey (actualmente en Deep Purple), con su rol en los sintetizadores. Definida por Halford como “una canción de amor, pero de una forma metafórica y cruel”, el tema es un medio tiempo repleto de misterio, en el que Halford sube y baja de tonalidades, explotando en un magnífico estribillo. Contiene otro gran punto alto: el solo de Glenn Tipton. Aquí, el guitarrista oriundo de Blackheath despliega sentimiento y técnica en dosis iguales. Dosis enormes, por cierto. Por si faltaba más, una vez concluido el solo, la voz de Halford se torna aún más desgarradora, para llegar a un impactante momento cumbre al quedar en solitario. Un punto altísimo de “Painkiller”.

El pasaje instrumental “Battle Hymn” le da el pie a “One Shot at Glory” como tema de cierre del disco, y lo hace de la mejor manera posible: con clásico y tradicional heavy metal, ni más ni menos. El riff principal envuelve a una melodía optimista y desemboca, nuevamente, en un espectacular duelo de guitarras a cargo de la dupla Tipton/Downing, mientras Halford continúa liderando la marcha desde su prodigiosa voz. Este es el cierre adecuado para una obra que de inmediato se situó como un punto destacado de la discografía de la banda, así como también del heavy metal en general, marcando el camino a seguir durante la recién empezada década.

El legado de “Painkiller” de Judas Priest:


“Painkiller” marcó un precedente sonoro para la música pesada, especialmente en las distorsiones y el sonido de la batería, que buscaría ser emulado por las bandas nacientes de la escena. Asimismo, sus agresivas composiciones sentaron las bases para el desarrollo de géneros más extremos durante la recién comenzada década del 90.

El disco dejó para la posteridad algunos de los temas más exitosos y aclamados de la banda, como el homónimo “Painkiller” o “A Touch of Evil”, permaneciendo en prácticamente todas las presentaciones en vivo durante etapas posteriores de Judas Priest.