Por definición, el nomadismo urbano es recuperable e irrecuperable al mismo tiempo: es completamente recuperable por el sistema de vigilancia e irrecuperable porque, de cualquier manera, siempre consigue escapar y recomponer otros itinerarios. Guattari
La alegría de los rizomas. La idea que el capitalismo no puede mostrar un rostro cuidado, en su propia fase reproductiva, que todo en él es metáfora totalitaria, asfixiante, es un notable equívoco. Ya sea a través del deber ser del derecho -esos grandes postulados humanitarios del liberalismo, imposibles de cumplir mediante una economía liberal- ya sea a través de su diferenciación intrínseca: el capital divide a la sociedad entre civilización y barbarie. Un adentro y un afuera, un sistema y un entorno, todo aquello que el mercado de trabajo nos enseña, a disciplina y control, y que aprendemos por fuerza, dolor y angustia: el precio de la pertenencia es cada vez más alto. En otros espacios nos hemos dedicado a la crítica de la globalización y su relación con la cibernética y la pobreza. En esta review nos centraremos en su fiesta, en sus modos de socializar el disfrute, al nivel de las mayorías amorfas, la felicidad de los seres sin raíces -el evento es una franquicia, adquiere algún mínimo color local, es el mismo en cualquier parte del mundo, constituye la instalación desmontable de lo que en antropología urbana llamamos un no lugar- en contraposición con el goce de las misas nacionales de la decadencia.
El capital que recicla. “Perdón, discúlpame, te pise sin querer”; “no hay drama”. El inmenso hipódromo de San Isidro, lenta pero insistentemente repleto mediante incesantes dosis de multitudes, contemplaba su total conquista entre chips de pulseras (que funcionaron perfectamente) y espíritu adolescente desplegado en cuatro grandes escenarios distribuidos a lo largo y ancho de su configuración re-significada, por un fin de semana. Sin mayores colas en el inicio, sin inconvenientes que merezcan ser destacados en la salida, el Municipio SI cumplió en lo propio, a los alrededores, la desconcentración estuvo lejos de ser caótica, teniendo en cuenta las más de 200 mil personas que circularon durante dos largos días: tránsito, seguridad, higine y organización de micros, remises, combis contratados, todo a la altura del evento, sin mostrar signo alguno de colapso. Algo se percibe de inmediato, ya en la entrada: también a tus hijos vamos a cuidar. Hay una especie Lollapallooza Kids, tocan los Heavysaurios, deje a su niño, tenemos talleres de percusión, circo, capoeira; usted disfrute del evento. La entrada es tranquila, lejos de la euforia, el cacheo es acelerado y sistemático. Se podría afirmar, erróneamente, que se trata del habitus propio de una clase media ABC1, muy ligada al consumo de entretenimiento norteamericano. Sin embargo, “los nenes bien” suelen descontrolarse, hasta el límite de lo soportable por el cuerpo, ejemplos de tragedias, lamentablemente, sobran. La no venta de alcohol, la incapacidad de género musical alguno de monopolizar la convocatoria, la interpelación del festival a un estilo de vida sustentable, la oferta permanente de shows hacían necesario el “estar en forma” para “bancarse” el evento. “El aguante” aquí no tuvo nada que traducir, la futbolización de la cultura apenas hinca su diente entre los jóvenes de la globalización. En todo caso, “el aguante” acá no es “reviente” sino “rendimiento”. Algún porro, por allá. Solo fumado para darle más placer a esa canción que tanto me gusta. No más. Cualquier exceso, que no sea el propio disfrute del evento, se auto-exhibía como ridículo, cómodamente, controlable. Moralmente reprobable por las heridas de conciertos recientes. Es que cuando se juntan más de cien mil argentinos, lo normal es el desborde y el descontrol. ¿Por qué funcionó bien el Lolla? ¿Por qué tienen guita los padres de estos pibes? ¿Por qué son de zona norte? ¿Cuánto se gasta un ricotero promedial en sus misas de la barbarie querida, además de la entrada, las cervezas, los vinos, el asado, el alquiler de la combi para todos y todas, los fasitos, etc? El goce popular es anti económico, ese fanatismo extremo que impone sacrifico del dinero por amor, explota mucho más al seguidor del Indio que al promedial vegano que, además de la entrada, clavó burger orgánica con licuado. Lo que el Lolla ofrece es confort; no reviente. Colchones para relajarse, hidratación gratuita. Una experiencia personalizada, armada por el propio usuario: cuanto ver, qué consumir, cuánto tiempo dedicarle a esto y aquello. Siempre haciendo cola, pidiendo permiso, llevando tu propia mantita, cargando plata en el chip, botellita de agua, los baños se desinfectan, plásticos que se procesan y se vuelven púas en un stand. Pastrón para el moishe, orgánica para el vegano, picante para el mexicano, ceviche para el peruano, casera para el carnívoro argento, doble de carne con cheddar para el yankee: Café Martinez, Unicenter, Santander Rio… Todo el espacio colonizado por marcas trasnacionales junto a aquellas “verdes” dedicadas a celíacos, vegetarianos, o gastronomía regional (“street food argentina”) e internacional (“food cities”) También talleres de huerta orgánica, energía solar, repelentes naturales. Si perdiste algo, el festival te publica los “objetos perdidos” y se te devuelven. ¿Y qué mejor que San Isidro “que es distinto” para dejar flotando un mensaje, que no tardó en escribirse en twitter, en el balance del festival que hizo Clarín, exhibiendo el amor propio de la clase media exclusiva? Al menos así se la ve, civilizada y públicamente ecológica, cuando se le sustrae el alcohol de sus billeteras.
El desprecio de unas prácticas. Lo popular pareciera desconocer el placer, solo abraza el exceso. Todo en él apunta al goce; brutal, maradoniano, irresponsable. El pueblo quiere el ser del hincha, la suspensión de la cultura y de la ley, el carnaval, pasar sin pagar entrada, tirar una bengala más allá de la química y el principio de gravedad : repudia fanáticamente el orden de la mercancía. Por cuatro días locos. El Indio agita la reivindicación orgullosa del imaginario de la barbarie contra el estado. Los ricoteros avanzan, tinto y faso en mano, hacia la liberación nacional y popular. Cargarse un par de tipos, en el medio de una avalancha, no les suscita ninguna auto-crítica, ninguna reflexión, ningún “no vuelvo más a someterme/someter al otro a esto” con la suficiente visibilización que la cibernética de los sistemas hace posible. Con efectividad y redundancia. Habrá nuevos mártires a los cuales les dedicaremos renovadas flores, líricas, bailes de rock and roll, birra en mano. ¿Son alegres las misas? ¿Puede existir misa sin sacrificio? ¿Puede lo popular cuidar a los artistas que entran en una poderosa relación afectiva con el pueblo? Solari es un artista único, una genialidad singular, debería ser custodiado por el estado, respetado, en cada una de sus obsesiones, como política cultural, del mismo modo que el estado francés cela a Sartre o a Foucault. O el norteamericano a Miles Davis. El campo popular es el campo teológico del deseo; carga en su composición afectiva con la antropofagia contra la cual se alzaron los profetas. Quiere comerse a sus artistas, digerirlos, hacerse con ellos. El pueblo no quiere artistas para disfrutar un hecho musical, estético. Necesita fabricarles una liturgia, perderlos como humanos en su propia vanidad, volverlos ídolos, seres doblegados por la voluntad de infinito y ofrecerlos, cual Chivos, para vengar una vida miserable, consagrando la culpa en el altar. Lo popular está dominado por la alienación en la identidad, por el agite de los trapos, por el sentimiento de la pertenencia. Lo futboliza todo, porque en todo quiere encontrar la representación de un Nosotros. Es, insoportablemente, moral… El enamoramiento, tanto en el arte como la política, es una práctica tan efervescente como suicida.
La globalización de los rizomas va por otro lado. Sus amores son líquidos, duran poco. Buscan disolver todas las pertenencias, todas las banderas, todos los lugares… Que solo quede el vibrar masivo de individualidades en sus propias burbujas de fiesta. Vi, recorrí bastante el evento, observé, hay muchísimas crónicas periodísticas que cuentan el detalle de las bandas, las canciones, aquí reduciremos todo a Metallica.
El día que me muera quiero que me toquen Harverster of Sorrow. La apuesta de Metallica es el anverso del imaginario del evento. Poco de vegetarianismo hippie, nada de “buena onda” sino todo lo contrario. Imágenes de cementerios, hombres yendo a la guerra, calaveras, todo se pinta de negro en el escenario que más personas dirigió hacia sí. Acá no hay nada liviano, todo es heavy, cargado de mensaje, de metáfora. Hetfield celebra y da la bienvenida a que se sumen a la gran familia, que él comanda con penetrantes ojos azules, más allá de toda ideología política. Metallica es una buena metáfora de eso que Byung-Chul Han llama “sociedad del rendimiento”. Los tipos están “en forma”. Rinden, en todo sentido. Hablan de su edad y tienen un estado de salud superior a la inmensa mayoría de sus fans (adolescentes incluídos); dos horas de show, al palo, sin pifies, a pura transpiración y perfección. Desde el sonido, pasando por el juego de las pantallas LED, hasta la elección de la playlist. Es extraordinario observar cómo los Metallica han producido un encuentro intergeneracional, me encuentro gritando “fight fire with fire” en el medio del público junto a una adolescente que solo saltó, enloquecida, con “One” y “Sandman”. Lars interpela a mi generación con “hit the lights” (lo logra y pone muy feliz) del mismo modo que lo hace con los más jóvenes con “memory remains” o “nothing else matters”. No se trata simplemente de marketing. Es un respeto que ubica a los 4 jinetes del apocalipsis como etapa superior del marketing. Un imperialismo de negro. Trujillo se manda un homenaje a Burton, “anesthesia pulling teeth”, a la velocidad de quien lo puede ejecutar hasta dormido. Veo un inmenso público que se va en silencio, que se retira con la mirada casi perdida, como si lo hubieran cagado a trompadas, apenas algún comentario… extasiado…
Es que todavía no procesaron, verbalmente, lo que han visto los ojos, lo que han recibido a través de los oídos… El concierto aún los vive desde adentro y la palabra no ha podido aún matar a la experiencia.
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