En 1983 Iron Maiden lanzaba “Piece of Mind”, el cuarto álbum de la banda. Situémonos en tiempo y espacio; el conjunto británico continuaba saboreando las mieles de su exitoso último disco, editado el año anterior, “The Number of the Beast”, aquel que daría el puntapié inicial de su ingreso al reconocimiento masivo en la escena metalera mundial. El disco marcó además el debut del cantante Bruce Dickinson, y con su incorporación, los horizontes musicales de la banda liderada por Steve Harris empezaban a derribar cualquier frontera. Asimismo, la música pesada gozaba de muy buena-excelente-excelentísima salud, dado que, en paralelo al Número de la Bestia, nombres destacados como Judas Priest o Motörhead levantaban el estandarte con discos como “Screaming for Vengeance” o “Iron Fist”. Y eso solo por mencionar un par de ejemplos.
Para la grabación de “Piece of Mind”, Maiden dejaría la fría Londres instalándose en las Bahamas, más precisamente en los estudios Compass Point de Nassau, donde se grabaron discos como “Back In Black” de AC/DC, entre otros. La producción nuevamente estuvo a cargo de (¿el sexto Maiden en esos años?) Martin Birch, productor también de sus dos últimos trabajos.
Clive Burr, baterista de la banda en sus primeros tres discos, había dejado de pertenecer a Iron Maiden en diciembre de 1982, dando lugar al ingreso de Nicko McBrain, quien demostraría de entrada que los parches de la Doncella de Hierro tenían un nuevo dueño, uno que duraría hasta la eternidad: la demoledora introducción de “Where Eagles Dare” marca el comienzo de un disco duro, sólido, macizo, y, por sobre todo, heavy. Un perfecto disco de Heavy Metal, en una era de esplendor del género. La contundente y compleja canción de inicio sirve de resumen y preaviso de lo que nos espera al adentrarnos en “Piece of Mind”, pesadez y destreza musical en partes equilibradas. Es que a los acertadísimos y potentes embistes de Nicko se suman la siempre precisa y exquisita dupla de guitarras compuesta por Dave Murray y Adrian Smith, con un ida y vuelta de riffs y solos que encuentran puntos altísimos a lo largo del disco. Pasajes como los que se distribuyen durante “Revelations” o el final de “Die With Your Boots On” sirven de buen ejemplo de lo que esta dupla de excelentes guitarristas puede lograr: fundirse en uno y valer por miles.
Fundirse como lo hicieron las alas de Ícaro al intentar llegar al sol, en el clásico de la mitología griega que sirve de inspiración a la obra de arte incluida como tercer track: “The Flight of Icarus”, canción que marca un destacado momento, tanto en el disco como en la discografía de Maiden. Allí, las alas de Iron Maiden son desplegadas por un inmenso Bruce Dickinson, llegando a notas tan altas como el mismísimo astro rey, dotando de inmensa energía a un tema compuesto a la perfección, con el infalible método del formato-canción a cargo de la autoría Dickinson/Smith, como sucedería en producciones venideras. Nuevamente la dupla de violeros se encarga de nutrir con talento y armonía las secciones instrumentales del tema, a la vez que la estructura se sostiene con maestría por el omnipresente bajo de Steve Harris.
Justamente Harris, el dueño de la pelota, asume el liderazgo total en “The Trooper”, el emblemático tema que se convertiría en una insignia, no solo de la Doncella, si no del Heavy Metal. Narrando sucesos de la batalla de Balaclava, ocurrida durante de la Guerra de Crimea en el Siglo XIX, el tema (inspirado en el poema de Alfred Tennyson, “La Carga de la Brigada Ligera”) nos adentra en el valle de la muerte, donde, a puro galope, el quinteto despliega todo su arsenal: en este punto se condensan un magistral riff de apertura cortesía de Mr. Harris, la clásica e inconfundible cabalgata del legendario bajista, solos melódicos de excelente gusto desde las seis (bueno, doce, ya que se reparten los solos) cuerdas, y la brillante voz de Dickinson narrando una letra perfecta para la canción, enérgica y por momentos desgarradora, sobre los últimos momentos de vida del soldado caído en el campo de batalla. Un himno metalero que de inmediato se convertiría en clásico inmortal.
La segunda parte del disco quizás no sea tan portentosa como la primera, pero ofrece una variada mixtura de climas y recursos que enriquecen la producción final. Por ejemplo, en “Still Life” (única contribución compositiva de Dave Murray), una introducción lenta, con un Dickinson al borde del susurro, abre paso a un estribillo radiante, donde el cantante se despacha a gusto mientras evoca llamadas fantasmales. “Quest For Fire” sirve de muestra (por si hacía falta alguna más) de que la incorporación del esgrimista fue un notable acierto, así como la rockera “Sun And Steel” saca a relucir al Maiden más ganchero y directo.
Cerrando el albúm, “To Tame a Land” y su tinte épico permite sumergirnos en diversos ambientes mientras atravesamos el Reino de las Arenas, aquel al que se refiere la novela “Dune”, de Frank Herbert, inspiración de su lírica. Un tema complejo y extenso (el más largo de la placa) que termina de redondear una obra de notable nivel, perfectamente encadenada en el excelente registro discográfico de Iron Maiden.
El legado de Iron Maiden “Piece of Mind”
“Piece of Mind” terminó de configurar la formación clásica de Iron Maiden, aquella que se encargaría de grabar los siguientes tres discos (otros auténticos clásicos del género) y el imprescindible registro en vivo “Live After Death”. Esta formación (con las idas y regresos de Dickinson y Smith), más la incorporación de Janick Gers, continúa detonando los escenarios alrededor del mundo.
Más de tres décadas después de su lanzamiento, “Piece of Mind” sigue ocupando un lugar destacado para los fans de la Doncella de Hierro, y para la banda misma, ya que al ultra conocido hit “The Trooper” (inamovible del setlist), se sumaron recientemente algunas de las joyas más preciadas de la placa en el repertorio habitual de los shows de Iron Maiden.
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