Nada más absurdo, a mi juicio, que esa típica asociación entre lo hogareño y lo saludable, que parece empapar la psicología de la sociedad. (Lovecraft)

Canción a canción, Los Antiguos dibujan, con su tercer trabajo “Oro para las naves”, presentado el pasado once de mayo en The Roxy Live, la geografía trágica de nuestros días: Gastando, haciendo pobres; Crucificado el carro por su pan, todavía hay almas que podemos salvar; no ven que nada nos alcanza para salvar a la verdad; Que caro loco está el peaje de la libertad/ hagamos un esfuerzo más/ sigan bajando de peso que necesitan recaudar; Niños que no crecen. Estómagos inflados de esperar / las promesas las que escuchamos siempre / quietas como nuestro destino parados al borde de la esperanza / esa que siempre cae al vacío… son pasajes líricamente tan contundentes como el metal pesado, con matices stoner, que practica este grupo que ha logrado, en poco tiempo, la consolidación de estilo, originalidad, propuesta: un multiverso en el cual conviven miseria nacional con Kubrick; desigualdades sociales con un eslayer-justiciero; Sabbath con vino tinto; Sur como destino y libertad con H.P. Lovecraft; magias, monstruosidades y sombras que acechan al espíritu con denuncia socio-política.

Defino a esta banda por una voluntad de extrañamiento -una relación con la rareza, con el coso- y trascendencia de identidades (en lugar de afirmar una autenticidad y predicar su moral) para navegar en líneas de fuga de la realidad o reconocer en ella lo alienado, lo alienígena, asimismo lo propio, lo originario, lo que duele del cemento, de la tierra. Fascina, en su estética, esa tonalidad lovecraftiana, una presencia de lo intemporal terrestre y extraterrestre, que ya existe, en este instante; un narrar que se encarna en este Larralde vuelto loco capaz de escribir sobre (in) humanidades que nos habitan en el rostro, en el paisaje, en nuestra mente: la posibilidad de mundos yuxtapuestos estrellándose en la contingencia de un momento de esta historia decadente que se captura, que se hace canción, como agarrándolo con la mano de un riff, para gritarlo, exponerlo, en toda su irresponsabilidad contra los vientos, convocando al público a hacerse con el mensaje, para reconstruir el movimiento, en el sentido de un oscuro humanismo, de toro y pampa.

Porque del movimiento metalero se trata. De la bienvenida que le ha manifestado, con amor, transpiración y coro. En los conciertos, en la crítica, en la recomendación del boca en boca, de posteo a posteo, llenando los escenarios a pesar de la crisis del gobierno oligarca. Esperanzas en estos músicos que han hundido raíces para saber decir, esperanzas en su crecimiento, como dice Nicolás Arroyo en la revista Madhouse. Nada fácil, sin duda, hacerse con la fidelidad del heavy metal criollo.

Sin embargo, verlos en vivo, disfrutar de este nuevo disco -online en todas las plataformas- parece indicarme lo contrario: un matrimonio naciente entre lo espectral y lo social, entre lo terrenal y su expulsión, entre cierto deseo de liberarse del encantamiento de la rutina y su redundancia, y una entrega casi total al llamado del más allá.

 

Ilustración de portada: Pablo Ubeira