Por Gabriel Muro y Leonardo Sai / Foto: Juan Manuel Ortner

Vosotros a quienes un destino común hace vivir en condiciones diversas, todos vosotros, tanto buenos como malos, bailaréis un día esta danza. Vuestros cuerpos por los gusanos serán devorados ¡Ay, observadnos, vednos!: muertos, podridos, tufantes, esqueléticos; lo que somos ahora también vosotros lo seréis.

Los músicos muertos. Danza Macabra del Cementerio de los Santos Inocentes de París

En algún momento un político declaró con respecto a Tecnópolis: “Es un lugar que mucho no me cierra”. A la movida heavy metal sí le cierra. Los metaleros nos ofrecemos a la auto-gestión del espacio. A la innovación colaborativa. Nos sobran ideas. Ya le hemos encontrado un muy buen uso a este predio situado en Villa Martelli; cómodo y relativamente ágil en términos de red de comunicaciones (a diferencia de la fantasmal Ciudad del Rock, donde se realizó el primer Maximus) Festivales del apocalipsis de cuero. La diversidad de propuestas de estos mega conciertos es, en rigor, una cuestión tecnológica resultado de los cambios en la forma de escuchar y producir música. De su escala y de su comunicación. Mientras que en el siglo pasado el rockero promedio compraba algunos pocos discos por año y recurría al cassette o al CD-R, el streaming plantea una experiencia cuantitativamente más rica. Hay más, mucho más, no necesariamente implica una mejor calidad de escucha y dedicación. “Todo” está disponible y, precisamente por eso, la escucha puede tornarse sumamente superficial. El correlato es el “picoteo” entre los escenarios. ¿So what? Ahí donde lo que fascina nos va, nos quedamos. Esta nueva edición del Maximus Festival -con artistas de menor capacidad de convocatoria que en su debut con Rammstein y Marilyn Manson- convocó, no obstante, a 20 mil personas y transcurrió, entre sectores cerveceros, gastronómicos y temáticos, en orden, limpieza y armonía… Mientras el caos y la furia expulsada de los cuerpos reventaba, desde los escenarios, hacia el mosh. Estos festivales son grandes oportunidades para relanzar la escena local, hacerse de contactos, agentes de prensa, vender el CD, difundir el próximo concierto, conocer editores de revistas, noteros, fotógrafos, plomos, cronistas, etc. Una escena local es una construcción territorial donde unos agentes más o menos sedentarios clavan algunas anclas en determinados puntos, hilan unos negocios, que funcionan como centros de rotación, produciendo la necesaria fuerza centrípeta para atraer a la masa de negro, deseosa de ruido, alcohol y amistad. La repetición de los eventos va gestando el hábito, la regularidad, para asegurar cierta estabilidad a los intercambios, hace racional la expectativa de inversión, y la tribu de la “satánica” mercancía puede consumir a sus ídolos de barro; el orgullo de la pertenencia: la remera de Black Label Society, el poster de Joey Ramone, la taza con Never Mind The Bollocks, la calcomanía de Stiff Little Fingers, el anillo del Mal, etc. Aquí nos interesará esta danse macabre que nos pone el heavy -y casi todas sus variantes musicales- ante los ojos.

Este juego con lo oscuro, lo podrido, lo violento, lo sórdido, lo agresivo, lo oculto, lo brutal…. Lo macabro. ¿Por qué tanta calavera, tanta sangre, tanta furia? Al propio tiempo, toda una carga fetichista que se pasea entre cadenas, cueros, largos cabellos salvajes, medias en red, polleras escolares, barbas vikingas, corsés… Una serie que proviene del imaginario sadomasoquista nos invita al goce infinito, mercantil, pleno; otra serie que proviene del imaginario medieval -aquella que bailaba alrededor de las tumbas personificando a La Muerte- nos recuerda la falsedad, lo efímero, el límite, de toda alegría y belleza: la cercanía de nuestro final. En ese cruce, el trash, el heavy, el industrial metal, etc. producen arte, delirio estético. Y, al igual que en la danza macabra que se manifestaba en la Europa del XIV y XV, también confluyen dos aspectos que pueden ser, idealmente, diferenciados: el satírico (la muerte se ríe de quienes detentan posesiones y se apegan a ellas, a sus títulos nobiliarios, somos todos la misma pútrida materia, los honores son estupideces) y el cristiano (todo es impermanente, la vida es inseguridad, Dios hará justicia especialmente sobre quienes se pavonean, ante el humilde, bajo la condición de justos y sabios). El primero lo trabajaremos encarnándolo en este fan de Groucho Marx y Lovecraft que es Rob Zombie; el segundo, en los asesinos de Slayer.

Dos aspectos de lo macabro:
Un zombie que regresa
Slayer o el día de la purgación