Después de varios cambios de integrantes (una constante en su carrera), en 1990 Megadeth daría con la formación que no sólo sería recordada como la mejor de la banda, sino también como una de las mejores de la historia del metal. Juntos, dieron a luz a una verdadera obra maestra.
Cuenta la historia que hacia el año 1989, Dave Mustaine, el líder-fundador-guitarrista-vocalista-compositor-dueño de Megadeth pensó que por fin había encontrado a la primera guitarra ideal para su banda, tras la salida de Jeff Young. Ese violero era un melenudo conocido como Dimebag Darrell, quien puso como condición para su ingreso a Megadeth la inclusión de su hermano Vinnie Paul en la batería. Esto no podría concretarse, dado que la banda ya contaba en sus filas con el baterista Nick Menza, quien fuera anteriormente técnico de batería de Chuck Behler, a quien Menza reemplazara tras su expulsión de Megadeth. Con la imposibilidad de incorporar al guitarrista de Pantera, y después de recibir consejos de su manager, Megadeth concretó el arribo (en principio, para audicionar) de Marty Friedman, un técnicamente dotado guitarrista que venía de lanzar discos de lograda calidad musical, especialmente reconocido por su trabajo en Cacophony junto a Jason Becker. A los mencionados músicos se les suma el siempre presente bajista David Ellefson, conformándose la “alineación clásica” de Megadeth.
La temática apocalíptica y, especialmente, todo lo referido a los temores sobre el poder nuclear en aquellos últimos años de guerra fría, han sido inspiración recurrente para Dave Mustaine en cuanto a la composición musical. Y este disco es el pico máximo en lo que al asunto se refiere. Ya desde su nombre, “Oxidarse en Paz”, expresión que fuera leída por Mustaine en un panfleto anti guerra nuclear, encontramos a lo largo del disco un variopinto paisaje de los temores y paranoias de aquella época. Guerra, conspiraciones, armas nucleares y, claro, la posibilidad de retomar la calma si todas nuestras armas se oxidan en paz, nutrirán al álbum de principio a fin.
“Holy Wars…The Punishment Due” abre el disco de la mejor manera: demoliendo todo. Un riff contundente, de los más grandiosos que la mano derecha del Colorado supo parir, da lugar a un mediotiempo lleno de groove, demostrando los enormes dotes de una de las nuevas incorporaciones, Nick Menza, antes de darle paso a una contundente letra donde nos interrogamos acerca de la necesidad y las razones de cualquier conflicto bélico, especialmente aquellos donde la religión aparece como excusa. El tema tiene dos partes diferenciadas, siendo la segunda mitad inaugurada con todo el esplendor de la magia emanada por la guitarra de Friedman: un solo en escalas arábicas que llena de exotismo el pasaje intermedio, ejecutado en una guitarra española ¿flamenco en el thrash metal? Sí, pregunten por un señor llamado Marty Friedman. Si la primera parte del tema es una furiosa descarga metálica, la segunda gana en oscuridad y pesadez, siendo el melódico solo de Friedman un gran aperitivo para el eléctrico punteo de Mustaine, que aparece cerrando la canción. Solo pasó un track y ya sabemos que estamos ante un disco enorme.
Decididos a arrancar el disco a lo grande, el segundo tema es igual de perfecto: “Hangar 18”, una auténtica obra de arte en lo que a thrash metal (y la música pesada en general) se refiere. Allí, una veloz introducción compuesta sobre una progresión de tonos menores (los mismos que fueran utilizados por Mustaine en “The Call of Ktulu”, durante su paso por Metallica), libera el camino para que el Colorado nos cuente secretos militares del famoso caso Roswell. El pelirrojo vocifera furiosamente que “sabe demasiado” sobre el Hangar 18 y los misterios del caso. Quizás sea así, pero de lo que no hay dudas es de lo que efectivamente sabe muchísimo: componer excelentes canciones. Y este tema no es más que otra muestra de aquello, la expresión “deleite para el oído” merece ser utilizada si analizamos este tema. Con 12 solos de guitarra repartidos entre Friedman y Mustaine, más la enorme presencia del bajo de Ellefson y la increíblemente precisa, técnica y poderosa tarea de Menza en la batería, se confirma que esta alineación de Megadeth será histórica. Al respecto de estos dos últimos, ofrecen una notable labor conjunta manteniendo la potencia del tema en todo momento, y como una cabal demostración, basta con centrarnos en el segmento que divide a la canción en dos partes. Sin dudas, en esta placa Mustaine dio con el equipo ideal.
“Take No Prisioners”, una descarga thrashera old school, nos invita al headbanging sin tomar prisioneros, mientras nos preguntamos, por pedido de Mustaine, qué puede hacer nuestro país por nosotros. En “Five Magics”, el grave punteo del bajo de Ellefson nos mete en clima para que la dupla de guitarras termine de oscurecer la escena con una inspirada melodía: el ocultismo, aquella obsesión que tuvo el Colorado en épocas anteriores, retorna en esta cuarta canción. Alquimia, hechicería y otros ingredientes para darle forma a los cinco poderes mágicos.
Ellefson vuelve a tomar las riendas en “Poison Was The Cure”, introduciendo el tema con un misterioso y acompasado riff antes de que el furioso thrash metal irrumpa vorazmente, devorándolo todo a su paso. “Lucretia” cuenta con un estupendo trabajo de guitarras y de alguna manera sirve de aviso a lo que sigue. Porque lo que sigue es “Tornado of Souls”, otro de los picos altos, en un disco repleto de ellos. Esta canción (cuya letra es la más personal del álbum) abre el juego con un ¿perfecto? ¿impecable? ¿todo eso y más? riff de Mustaine. El ritmo es igual de perfecto, la furia con la que está cantada encaja a la perfección con su letra, los aportes de Ellefson en los coros refuerzan la lírica en momentos clave y la labor de Menza tras los parches es espectacular. Pero a veces la perfección puede perfeccionarse todavía más. Por eso, Marty Friedman se encarga de aportar el que es, a opinión de este redactor, el mejor solo de guitarra de la historia del heavy metal. Alguna vez tuve la oportunidad de consultarle a Friedman acerca de este solo, sobre su composición. Palabras más, palabras menos, me respondió que es “lo que le salió tocar”. Le salió demasiado bien.
Después de esa descomunal demostración de poder, Ellefson y Menza nos ayudan a recuperar la respiración con “Dawn Patrol”, el breve tema que ocupa un lugar clave en la placa, ya que da el pie justo para que el mismo Menza arremeta a tirar todo abajo con la introducción de “Rust In Peace…Polaris”. Acá la cosa vuelve a ponerse pesada, tanto por la potente música emanada por este equipazo de metal, como por su letra. Apocalipsis, el fin de la humanidad, muertes masivas a causa de una posible guerra nuclear. Temores de una época expresados en una brillante canción, que da cierre a la placa. Un disco enorme, repleto de canciones perfectas, ofreciendo un soberbio nivel compositivo, con buenas dosis de virtuosismo y contundentes ejecuciones instrumentales. Un álbum que marcó un antes y un después para la banda, y que elevó, una vez más, la altísima vara del heavy metal.
El legado de “Rust In Peace” de Megadeth
Rust In Peace definió a la que sería considerada, incluso hasta la actualidad, como la mejor formación de Megadeth. Juntos, trabajaron en los siguientes tres discos, ofreciendo los mejores momentos compositivos que tuvo la banda.
“Holy Wars”, “Hangar 18” y “Tornado of Souls” se convirtieron rápidamente en mega-clásicos. Siendo parte habitual de los recitales de Megadeth de allí en adelante.
La estética nuclear, con el característico logo y la versión de Vic Rattlehead acorde al mismo, se convirtió en insignia de Megadeth.
Marty Friedman fue elevado definitivamente al podio de los mejores guitarristas del heavy metal a partir del reconocimiento obtenido en este disco. El solo de “Tornado of Souls” a menudo es citado como referencia de la ejecución de la guitarra solista.
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