Crónica: Max Garcia Luna / Fotos: Gabriel Sotelo

El ícono británico regresó a la Argentina para repasar su legado, presentar nuevo material y reafirmar que su energía sigue intacta.

A punto de cumplir 70 años, el músico británico Billy Idol regresó a la Argentina a bordo de su gira “It’s a nice day to… tour again!” para reconfirmar el cariño de un público que lo sigue desde su irrupción a finales de los años 70. Ante un Movistar Arena totalmente colmado, el frontman brindó un show demoledor de casi dos horas, demostrando que su energía arrolladora y su rebeldía se mantienen intactas.

Tras una década marcada por la distancia, el impacto de Idol en el público argentino es innegable: desde su primera visita en 1991 (como apertura de Joe Cocker en River), hasta su febril desembarco en 2022 (como telonero de Green Day en Vélez y su show propio en el Luna Park), el ícono del rock ha cultivado una conexión única con los fanáticos.

Puntualmente a las 21:10 hs, Idol apareció en escena con su habitual cabellera rubia platinada, su look de cuero y cadenas, pisando el acelerador desde el primer minuto. El puntapié inicial vino de la mano de “Still dancing”, del más reciente álbum “Dream into it”, una canción que llevaba su indiscutible sello. Lejos de descansar en el pasado, el frontman dejó en claro que aún tiene mucho por decir: lo nuevo de su repertorio, con cortes como “77”, “Too much fun” y “Gimme the weight”, fueron recibidos con la misma euforia y saltos en el campo que los clásicos infaltables, revelando la vigencia de su fórmula irresistible.

La banda, sólida y precisa, con Billy Morrison (guitarra), Stephen McGrath (bajo) y Erik Eldenius (batería), hizo vibrar el microestadio desde el comienzo con éxitos como “Cradle of love” y la muy celebrada “Eyes without a face”. Steve Stevens, fiel ladero de Idol desde hace más de 40 años, es el socio creativo y arquitecto que ayudó a definir ese sonido poderoso y distintivo que hoy es marca personal. Stevens se mostró en estado de gracia y tuvo su espacio central en el concierto. En un interludio de virtuosismo, se apropió de la guitarra acústica para regalar breves fragmentos de himnos del rock como “Eruption” (Van Halen), “Over the hills and far away” y “Stairway to heaven” (Led Zeppelin). Como broche de oro a su performance, y tras la volcánica “Blue highway”, Stevens se despachó con el tema “Top gun anthem”, el leitmotiv instrumental del film homónimo que lo consagró mundialmente en 1986.

La intensidad subió al máximo con clásicos como “Flesh for fantasy” y “Mony mony”. La conexión fue recíproca: el público sorprendía al cantante con cánticos futboleros “Olé, olé, olé, olé, Billy, Billy…”, mientras Idol, fiel a su rebeldía, aprovechaba para dejar su torso desnudo en varios cambios de vestuario. Antes de atacar con “Rebel Yell”, se dio tiempo para compartir la anécdota del origen de la canción: según relató, a principios de los ’80 se cruzó en una fiesta con los Rolling Stones (Mick Jagger, Keith Richards y Ronnie Wood) y, al preguntarles el nombre del whisky que bebían, Mick Jagger le contestó: “Rebel yell”. La furibunda versión del tema que siguió a la historia hizo estallar al público.

El final a pura emoción se convirtió en una pista de baile incandescente. La seguidilla de canciones puso a cantar y delirar a la multitud de Villa Crespo: la inoxidable “Dancing with myself” y “Hot in the city” prepararon el escenario para el epílogo con “White wedding”, reconocida mundialmente por su riff de guitarra, que evoca a las bandas sonoras de las películas del subgénero spaghetti western. Con el Arena estallado y coreando, el músico se retiró despidiéndose con un “Gracias, estuvieron fantásticos, nos vemos la próxima vez”. Un show inolvidable que demostró, una vez más, que la leyenda del rock sigue viva y más vigente que nunca.