El nuevo milenio presentaba a los legendarios Iron Maiden con grandes novedades: tras dos discos que no recibieron la aclamación de los clásicos de antaño, y una merma en la asistencia a sus conciertos, se producían los retornos del cantante Bruce Dickinson y el guitarrista Adrian Smith a las filas de la Doncella de Hierro. Iron Maiden volvía en su mejor forma para retomar el trono del heavy metal.

Luego del lanzamiento del álbum “Fear of the Dark”, editado en 1992, las diferencias en el seno de Iron Maiden habían tomado forma concreta: Bruce Dickinson, cantante de la banda desde “The Number of the Beast”, de 1982, anunciaba su salida en búsqueda de nuevos horizontes musicales. Tras su partida, el reclutado para el micrófono fue Blaze Bayley, con quien Iron Maiden editó los discos “The X Factor”, de 1995 y “Virtual XI”, de 1998, obras que fueron recibidas con críticas dispares y con un posterior descenso en los aforos de sus recitales. Ante este escenario, Steve Harris cumpliría el deseo de sus fans y accedería a reincorporar a Dickinson a las filas de Maiden.

“Solo había unas pocas opciones abiertas para Maiden, y una de ellas era pedirme que me reuniera”, comenta Bruce Dickinson en su autobiografía, agregando que “una parte de mí era renuente a tirar la toalla en mi carrera en solitario”. Es que el cantante había lanzado cuatro discos de manera solista después de su salida de Iron Maiden, con recepción mayoritariamente favorable. Sin embargo, la posibilidad de reunirse con sus viejos compañeros y asumir la voz de una de las bandas más emblemáticas del heavy metal terminó siendo más fuerte. Junto a Dickinson, también se produciría otro esperado regreso: el de Adrian Smith, histórico co-equiper de Dave Murray en la dupla de guitarras. Este hecho no supuso el alejamiento de Janick Gers, reemplazante de Smith desde el disco “No Prayer for the Dying”, de 1990. De este modo, Iron Maiden confirmaba su formación con tres guitarristas, para darle forma al sexteto completado por el baterista Nicko McBrain.

La noticia sobre los regresos de Dickinson y Smith sacudió el mundo del heavy metal a comienzos de 1999, y sembró una gran expectativa en lo que sería el duodécimo disco de la banda. Finalmente, el 29 de mayo del año 2000 vio la luz “Brave New World”, cuyo nombre, tema homónimo y carátula están inspirados en la novela de Aldoux Huxley, que presenta un mundo distópico ambientado en el futuro. Iron Maiden se internó en los estudios Guillaume Tell, en París, para comenzar a trabajar en el disco junto al productor Kevin Shirley, en lo que sería el primer álbum junto al que es hasta el día de hoy el productor de la banda.

“Cuando nos reunimos y compusimos juntos otra vez me quedé sorprendido al ver lo bueno que era lo que hacíamos. La banda se notaba renovada, fresca y emocionante”, relata Bruce Dickinson sobre el reencuentro para la grabación del álbum, que inicia con el aguerrido riff de “The Wicker Man”, a cargo de Adrian Smith y que sería luego inmortalizado con la introducción del recital de La Bestia en el festival Rock In Rio 2001. Un excelente inicio de disco, directo y potente. “The Ghost of the Navigator” es un gran tema que va creciendo en intensidad a medida que trascurre, desde su limpia introducción hacia el estruendoso coro a cargo de Dickinson, relatando historias de fantasmas navegantes mientras la tripulación despliega melodías.

“Brave New World”, el casi siempre infaltable tema homónimo, se erige como uno de los momentos destacados del disco, entregando algunos de los recursos que convirtieron a Iron Maiden en figura central del género, como la melódica intro, los brillantes alaridos de Dickinson y el excepcional juego de guitarras, ahora potenciado en su versión trío. La letra, netamente inspirada en la novela de Huxley, se encuentra entre lo más destacado en cuanto a líricas de la placa. Seguido, “Blood Brothers”, donde la banda baja decibeles para ofrecer un tema lento con aires de balada medieval que hipnotiza por su cadencia. Con la comodidad del terreno conocido, Bruce Dickinson, el juglar del metal, nos guía mediante diferentes matices vocales por un tema destinado a ser cantado por multitudes en los estadios del mundo.

“The Mercenary” presenta al Maiden más heavy y veloz, contando también con destacados cambios de ritmo y un gran estribillo. “Dreams of Mirrors”, por su parte, apunta a la grandilocuencia y la épica, un camino que Iron Maiden comenzará a transitar seguido a partir de esta placa. Con variados climas, la canción nos lleva por un paisaje etéreo que se ve atravesado por potentes descargas distorsionadas perfectamente encadenadas. “The Fallen Angel” nos trae el recuerdo de los Golden Years, los años dorados de la Doncella durante los 80s, con su ritmo enérgico y las melodiosas guitarras intercaladas. Pero sobre todo por la brillantez de la voz de Dickinson, la pieza clave para que Iron Maiden vuelva a su mejor estado, y que se confirma en los estribillos de la canción.

Adentrándose por completo en la épica y la grandilocuencia compositiva, aparece “The Nomad”, y lo hace con creces. Las intricadas melodías de tinte arabesco llenan de exotismo al tema en sus más de 9 minutos de duración, invocando el espíritu de obras como “The Rime of the Ancient Mariner” o “Seventh Son of a Seventh Son”, pero profundizando en un toque progresivo que marcaría la pauta de las composiciones de la banda en los años siguientes. El estribillo, enorme y estridente, deja nuevamente a Dickinson en el centro de la escena, y confirma el gran acierto de su reincorporación. El cantante se encargó de señalar a la composición de “Brave New World” como “nuestra intención de entregar un álbum que nos dejaría en el camino hacia un futuro aventurero, no una pieza de nostalgia o un rejunte de glorias anteriores”. Claramente, la bestia regresaba, aún súper poderosa, pero también embarcándose hacia nuevas rutas musicales, progresivas y épicas, que serían abordadas con sapiencia en los siguientes discos.

Finalizando el álbum, “Out of the Silent Planet” destaca por su melodioso coro, repetido una y mil veces a lo largo del tema, así como por su enérgico ritmo, y una lírica inspirada tanto en la homónima novela de C. S. Lewis como en la película de ciencia ficción “Planeta Prohibido”. “The Thin Line Between Love and Hate” cierra el disco trayendo un poco de la oscuridad presentada en “The X Factor”, pero claro, ahora contando con Dickinson en las voces, permitiéndole a la banda llegar a estribillos de notas altísimas. De esta manera termina el disco que marcó el regreso de Iron Maiden a su mejor forma, con dos piezas clave de su andamiaje reincorporándose, y la certeza de que la leyenda del heavy metal volvería a pisar fuerte.

El legado de “Brave New World” de Iron Maiden:

“Brave New World” devolvió definitivamente a Iron Maiden a las primeras planas de la música pesada. Tras un par de discos que no alcanzaron las expectativas de recepción, este álbum fue todo un suceso de ventas y generó gran interés por las presentaciones en vivo de la banda, que se embarcaría en una gira mundial cuyo punto máximo tuvo lugar con la presentación en el festival Rock in Rio de Brasil ante más de 250 mil personas.

La formación de Iron Maiden adoptaría su forma definitiva, reafirmando el lugar de Bruce Dickinson como la voz de la banda y permitiendo explorar nuevos caminos compositivos al contar ahora con un trío de guitarristas. El álbum además comenzaría a marcar el camino a seguir en los siguientes trabajos de Maiden, y que sería explorando con mayor profundidad en discos posteriores, adoptando el sendero de las composiciones épicas y progresivas hasta el día de hoy.

Temas como “The Wicker Man”, “Blood Brothers” o “Brave New World”, se convirtieron en clásicos del nuevo milenio para Iron Maiden, continuando presentes en varios de los setlists de la banda en los años posteriores.