Los valores y las calidades de los objetos se hallan entre dos extremos y son apropiados solo a una aplicación subjetiva.
Heráclito: estudio sobre el pensamiento energético fundamental de su filosofía. Oswald Spengler
Dice Heráclito que lo que se opone se vuelve concorde y de los divergentes se forma la más bella armonía y que todo se engendra por discordia. La generación de todas las cosas es esta lucha, esta discordancia, esta diferencia; ella permanece, subterránea, impidiendo que la identidad se petrifique en lo igual, haciendo que fluya, en su eterno devenir. ¿Podemos trasladar este pensamiento ontológico al hecho estético? ¿Acaso no ha sido nuestro bárbaro mestizaje inspiración suficiente para fundir La Pampa con Londres, gaucho con rockero, sabiduría de Yupanqui en los acordes de Hendrix? Pero esta mirada contemplativa, oriental, no nos quita la pasión. No nos libera de la carga emotiva que hemos puesto en el artista. No retira la energía psíquica de nuestra identificación. Nosotros queremos que el artista permanezca igual, que no cambie, que esté siempre ahí, eterno, petrificado, haciendo los mismos temas que escuchamos aquella primera vez, tocando esas canciones o repitiéndolas bajo nuevos rodeos. Lemmy ya estaba muerto, fijo, allí donde era siempre Lemmy, eterno en vida, leyenda en vida: él ya no cambiaba, ni mutaba, ni desafiaba a nadie. Entregó el negarse a sí mismo, el devenir otro, para ser always Lemmy. El Kilmister de piedra no es una contradicción. Es la consecuencia de la más absoluta fidelidad consigo mismo.
¿Cómo puede ser que haya que traicionarse para conocerse y desplegar las propias contradicciones que nos hacen ser lo que somos? Ponerse la corbata en lugar de tocar la guitarra todo el día. Pero madurar no es simplemente negar lo que alguna vez se “fue”. Madurar es retomar lo que se es en la traición para saber de qué no estamos hechos. Es el artista que patea el tablero y comienza “de nuevo”. Vuelve Blue & Lonesome. ¿No es esta forma final más rica, más plena, luego de tanta basura, retomada como raíz y origen? ¿No se la aprecia con mayor disfrute que tantos discos de AC/DC iguales a sí mismos? Nadie se atrevería a decirle a Prince, Bowie, Hendrix, Madonna, Michael Jackson, Gaga que permanezcan fieles a sí mismos. Responderían que lo único estable en ellos es la voluntad de máscara. ¿Por qué esto no sucede en el heavy metal? ¿Por qué valoramos mucho más al abuelo mil veces teñido, decrépito, que canta hace cincuenta años la misma canción que a un artista que, de tanto mutar, hasta parece una alienígena?
Porque el heavy metal además de música hace moral. Moraliza a su público, lo uniformiza con un color, lo identifica con unos símbolos, no le permite cualquier consumo, lo limita, lo forma. Disciplina al oído con una enorme cantidad de bandas que hay que escuchar, lo educa. No deja el sonido a libre albedrío del adolescente: lo lleva al concierto por sentimiento. Ritual iniciático. Divide el mundo entre los que viven en la falsedad y los que son auténticos. El metalero considera que su música no solo es la mejor música del mundo sino que las mejores músicas de la historia son metaleras. Richard Wagner es el heavy metal de la música clásica. Si en la calle se nos ve de negro vestidos es porque producimos al género musical como una suerte de religión urbana. Ciertos códigos en los cuales enredamos, colectivamente, identidad y la pertenencia. No por casualidad. Por política.
El metal pesado, el heavy metal, es un género entretenido pero también serio. Político. Un metalero puede ser anarquista, reaccionario, difícilmente sea un liberal. No puede darle exactamente lo mismo bailar con Lady Gaga que homenajear a Mercyful Fate o a Rainbow. No se trata de no escuchar otros géneros musicales. Ni de permanecer cerrados, obtusos, tercos, empobrecidos de lo mismo. Quien no sabe cerrarse tampoco sabe abrirse. Y quien escucha de todo en realidad no escucha nada. El metalero es tal, si me permiten la definición, porque entre todas las músicas que disfruta, entre todos los espacios en los cuales baila, el metal ocupa un lugar central: esa maldita música lo convoca al pensamiento. Acentuar este extremo nos volvió serios, aburridos, amargos. Algunas dirán: incogibles.
Un poco de mercancía, un poco de liviandad, volver a la moda. La remera metalera circula para que se la ponga cualquiera, se volvió sexy. Un poco de producción femenina. Fetichismo de la galería Bond Street, para todos y todas. Tatuajes. Piercing. Un género más, en el infinito pentagrama, para el gusto del individuo, del libre desenvolvimiento del mercado. Democrático, pluralista, respetuoso… Textura del liberalismo. Éste no es anti-político porque odie la polémica, la lucha de las pasiones: es anti-político porque oculta la voluntad de disputa; el liberal es un hipócrita y el metalero liberado: un “superado”. Pero “los superados”, “los cancheros”, no tocan instrumentos. Hay que haber sido demasiado ortodoxo, demasiado monotemático, demasiado serio, haber estado profundamente imbuido, borracho, de un género para salir de él. Para querer vomitarlo. “Los superados” no inventan canciones. Solo se aburren.
Metallica llevó al olimpo al heavy metal, como puritanos del género. Al mismo tiempo, no dejan de profanarlo. De contrabandearlo. No hay duda alguna que respetan, fervorosamente, una tradición musical. Y, cada tanto, le meten el dedo en el orto. Gozan con la indignación del público. Pero también le temen. Temen perder su amor, lealtad, respeto. Que ellos son libres de hacer lo que se les antoja. Que de ése modo, y no de otro, son honestos consigo mismos. We do what we want to do, decía Cliff.
Escuchar un disco de Lady Gaga es escuchar la increíble astucia de una mujer capaz de disfrazarse de todo, de transformarse en todo lo que toca, de camuflarse a través de todos los géneros que le llegan al oído, de seducir a todo lo que camina sobre la tierra. Tiene un caramelo para el art pop, para el melódico, para el ochentoso, para el noventoso, para el rapero, para el metalero. Como la mercancía, ella es la prostituta universal.
Escuchar el último disco de Metallica es escuchar esa astucia: un caramelo para el fan de Kill Em’ all, otro caramelo para el del Black Album, otro para el de Ride The Lightening, otro para el de Load… todas las generaciones deben encontrarse en ese disco doble con crema de vinilo.
Metallica ha devenido Lady Gaga, Lady Gaga ha devenido Metallica… Más allá del espectáculo y del negocio, el niño Ulrich juega con los dados; se caga de risa: de un adulto juguetón es el reino del metal.
Comentarios